28 May
28May

El ”landismo” fue una operación quirúrgica a todo un país y la única manera de tomarse a cachondeo a nosotros mismos, de quitar hierro a esa España dramática y grotesca de jota y pandereta, de fútbol y boxeo, rancia. Nunca he pensado que el ”landismo” fuese una ideología enmascarada como argumentan sus detractores (Alberto Closas y su “Gran familia” 1962 de Fernando Palacios, sí) ni un símbolo para el pueblo. Era el propio pueblo flagelándose con risa floja.

El “landismo” es una de las “madres del cordero” de los principios estéticos ibéricos contemporáneos, teniendo su máxima expresión entre el final de la década de los 60 y los 70, y que supuso toda una tendencia cinematográfica por lo que la tenemos perfectamente testimoniada en multitud de películas españolas de la época.

En el ”landismo” se amalgaman todos los tics, las maneras y las costumbres del “españolito” medio de un período de nuestra historia un tanto oscuro, el tardo-franquismo, por lo que algunos lo ven como un concepto sombrío, lúgubre, reflejo de un pueblo ibérico patético y otros, una referencia básica para entender la evolución de ese pueblo en términos sociológicos.



El personaje landista (masculino) se comportaba ante la vida con unas maneras que resumían perfectamente los principios estéticos ibéricos en su expresión contemporánea. Transparentaba de forma caricaturesca todos los miedos adquiridos en esa España marcada por su complejo de inferioridad con respecto al mundo. Un exorcismo vía cinematográfica, que se caracterizaba por los siguientes rasgos:

- El aislacionismo: el landista era él y su “pequeño mundo”, su pueblo o su barrio, su casa, su familia, su trabajo... no se planteaba un desplazamiento que le supusiese un trastorno en este sentido (“La ciudad no es para mí” 1966, Pedro Lazaga) y cuando lo hace por el triste fenómeno de la emigración (“Vente a Alemania, Pepe” 1971, también de Pedro Lazaga), las consecuencias son desastrosas. El encuentro con el turismo, por ejemplo, adquiere niveles de “experiencia extraterrestre”, multiplicado por cien si hablamos de turistas femeninas en bikini, una auténtica obsesión (“Manolo la nuit” 1973 de Mariano Ozores, con el líder del movimiento en escena). Se ejemplifica perfectamente la tendencia ibérica tradicional al desconocimiento de idiomas, a la falta de interés por conocer otros países, culminando este rasgo con la manifestación anti-extranjera en la Plaza de Oriente de Madrid después de los últimos fusilamientos del régimen en 1975.

- Aculturalidad: indiferencia total ante el hecho intelectual o artístico, sin ningún impulso hacia la investigación, el experimento, la aventura, aceptando su triste destino y recurriendo para salir del paso de situaciones en la vida, a tretas clásicas como la picaresca, el engaño o la trampa, que muchas veces se vuelven en su contra. Carece de referencias y ve en la cultura (plástica, audio visual, creativa en general), “espacio indómito” que la cultivan “tipos raros”.

- Humildad: no puede aspirar a casi nada, lo que lo hace nada ambicioso, bajo el paraguas del estado que “vela por sus intereses”. Por supuesto que el landista era un fajador, cómodo para el sistema, aguanta lo que le echen sin rechistar y como mucho, “se cagará en los muertos”.

- Testarudez: eso sí. Siempre postulándose a sí mismo y poniendo los testículos encima de la mesa para intentar culminar cualquier objetivo. Su forma tan peculiar de entender la justicia lo hace inmune al desaliento cuando cree que tiene la razón (véase “Don erre que erre” 1970 de José Luis Sáenz de Heredia).

- Los modales del landista son bipolares: lo mismo se le marca la vena en un morado cuello llevado al límite, que se amedrenta y fluye su lado más débil y cabizbajo, sobre todo si lo que está enfrente es alguien superior a él en rango profesional, alguien inteligente, o una mujer que le planta cara.

- Los lastres. Sobre todo, un catolicismo institucionalizado y muy presente en la cotidianidad, aunque no lo profesase con asiduidad; su visión del sexo estaba condicionada por una educación extremadamente mojigata y contraria al uso natural del mismo (véase “No es bueno que el hombre esté sólo” 1973, Pedro Olea) lo que confería al landista una morbosidad y unos deseos refrenados que se traducían en un ser baboso y mal pensado. La base intelectual de la eyaculación precoz ibérica. Lastrado por el “que dirán” y las apariencias, no se saldrá del tiesto estético en su manera de vestir, en la decoración de su casa, en sus mínimos gustos artísticos; todo muy convencional.

¿Y que era convencional, aceptable, para nuestro personaje/espejo de la España gris de los 60 y 70?:

- Ningún guiño al estilismo foráneo: raya del pelo (corto, por supuesto; a navaja, a poder ser) a un lado o los más sibaritas, engominado, aceptándose muy naturalmente la calvicie (la edad landista por excelencia, partía de los 30, 35 años). Otras marcas aceptadas: el bigote y las patillas, éstas en la versión más setentera. Ropas nada llamativas; el dandysmo (aunque la similitud en el nombre es evidente), la sofisticación y ni que decir tiene, las corrientes hippies o psicodélicas, estaban reservadas a homosexuales, jóvenes artistas, aristócratas decadentes o “gente de mal vivir”. Al ye-yé se le acepta a regañadientes... Consideraba el ornato, tanto personal como en el hogar, “cosa de mujeres”, aceptando que su casa estuviese decorada con el “toque marujo ibérico” (ahondaremos más en este concepto) correspondiente y dependiendo del poder adquisitivo familiar; en los electrodomésticos y el mobiliario, estoicismo y funcionalidad.

También el landista era noblote, básico, bonachón por inocente, feliz por desconocimiento, torpe por ignorante sobre las formas: educación básica. Chistoso y dicharachero, con ese talante de escudero que lo hacía, por qué no, entrañable por momentos. En realidad, hablamos de un personaje ficticio, no lo olvidemos, encarnado miles de veces en el cine y que tuvo la capacidad de personificar un estándar humano de una determinada época como nada ni nadie, pero siempre con el aporte al espectáculo que requiere el medio, vía exageración y caricatura. Nos parece real de lo acertado de su caracterización, de lo convincente que nos resultan sus gestos, sus expresiones, gracias a los excelentes actores que representaron el concepto, sin duda.

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