04 May
04May

¿Y qué es el pueblo, se puede unificar una definición medianamente creíble de tan vasto territorio, de algo tan desparramado sociológicamente? El pueblo, capaz de emocionar cuando surge la solidaridad, el hermanamiento, la unidad ante la injusticia, o de repugnar cuando eleva a los altares a la televisión basura, vota al más chorizo o se hace el loco ante la educación de los más pequeños... es uno cuando se comporta en masa y otro, cuando lo hace a modo individual.

En su libro ”Cultura popular y relaciones sociales” (1986, auto-editado junto con Colin Mercer & Janet Woollacott) el sociólogo Tony Bennett define de esta manera al pueblo:

”El pueblo no se refiere a todo el mundo ni a un solo grupo dentro de la sociedad, sino a una variedad de grupos sociales que, a pesar de que difieren entre ellos en diferentes aspectos (posición social o luchas específicas en las que están implicados directamente), se distinguen de los grupos económica, política y culturalmente poderosos dentro de la sociedad, y que, a raíz de ello, son capaces potencialmente de estar unidos, de organizarse como ‘el pueblo contra el bloque de poder’ si sus luchas específicas están conectadas".

Luego está el pueblo rústico y aborigen a espaldas de la vorágine urbana y que puede oscilar entre la Arcadia y la supervivencia, dependiendo en que parte del mundo se sitúe. Y es aquí donde nos encontramos con el exotismo, la preservación de la tradición, la manufactura y la manualidad, la tecnología básica y la cultura oral o escrita a mano. Intenta mantenerse prístino, conoce bastante mejor las reacciones de su entorno. Cuando contacta con “el otro mundo”, el nuestro, el de “los ojos del tío Gilito”, lo hace básicamente para desarrollar la segunda actividad más vieja del mundo después de la prostitución: comerciar (que en realidad, viene a ser lo mismo) vía mercados para forasteros.

Yo, tengo un parámetro que me sirve para identificar al pueblo/individuo de ciudad (en especial al ibérico): la transgresión. El pueblo, de forma innata e inocente, sin darse cuenta en muchos casos, tiende ineludiblemente a la transgresión cotidiana y no penalizable de inmediato, por supuesto: el pueblo pone los pies encima del asiento contrario en el tren de cercanías aún habiendo señalética coercitiva, escupe al suelo de la calle, orina (el macho) en ella si las ganas acechan (tras un seto del parque los más discretos...), atraviesa la carretera por donde le conviene a él, no al estado; tira cualquier cosa al suelo urbano si no le cae cerca una papelera. El pueblo ibérico grita por la noche (grita por el día), las normativas de horarios contra el ruido doméstico (obras, fiestas...) no van con él; llega justo al trabajo, sale antes; procura colarse, recicla sólo cuando le sobran bolsas; desea encubiertamente a la mujer, al hombre, del otro, de la otra... y desatasca en putas o pornografía (el hombre) y en compras o peluquería (la mujer)... sigue trabajando en B y timar a hacienda sigue siendo una proeza...

Y es que amigos, el pueblo no le debe nada a nadie; delega las formas, el protocolo, la corrección formal a sus representantes públicos, como si estuviesen preparados para hacer política; y estos, a su vez, hacen lo que les da la gana, porque claro, "son el pueblo":

"Nosotros SOMOS el pueblo" senador Palantine ("Taxi Driver" 1976, Martin  Scorsese). 

He aquí, el inicio del desastre: la delegación y su interpretación errónea.

Imágenes:la del post, grupo de mayores en Pamplona - Turistas españolas en Atenas.Obsérvese el cartel ("Por favor, no tocar. Gracias") y el caso omiso de las señoras

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