19 May
19May

El momento clave en el que se marca un punto de inflexión en la presencia de agentes foráneos influyentes en los principios estéticos ibéricos se puede situar en la generación post-franquista que tenía entre 10 y 20 años a la muerte del dictador, con un cuestionamiento y rechazo a la “cultura establecida” (que en nuestro caso, había estado sustentada por el miedo y en el mundo anglosajón, por la hipocresía), no tanto entre barricadas y manifestaciones, sino a través del Rock’n’Roll.

En Canet Rock (1975) estaba ya gestándose otra mentalidad. El rock podía transformar no tanto un sistema político, sino las costumbres cotidianas, la pose ante la vida, la manera de divertirse y desde luego, podía ser tan subversivo (y más divertido) como asistir a una manifestación. Y el rock amigos, no es un invento ibérico.

Abrimos nuestros oídos a las letras y los sonidos que venían de fuera de una manera más visceral que nuestros predecesores con The Beatles o Elvis... decidimos cambiar en la biblioteca a Juan Ramón Jiménez y su burro por Bukowski y su botella de whisky. Media vuelta de tuerca ya estaba dada y nuestros hijos, por consiguiente, ya no recibirán el mismo testigo estético en bruto que recibimos nosotros y decidimos ir difuminándolo poco a poco.

Hubo un movimiento de transición en los 70, curioso, que intentó simultanear la reivindicación política, la libertad, la modernidad (no demasiado bien entendida...) con la tradición folklórica, la bandurria y la pandereta, el cancionero popular y el orgullo del paisanaje, dando lugar a uno de los momentos mas bizarros de la reciente historia estética de este país: los grupos y cantautores folk/pop/reivindicativos (ponchos andinos, melenas, bigote poderoso y el pantalón ceñido pata de elefante...).

Los 80 no significaron la muerte definitiva de los principios estéticos ibéricos como podía preverse por evolución; incluso partiendo de la propia modernidad a la que se suponía, ahora ya sí, pertenecíamos por derecho propio, hubo una serie de propuestas y proyectos artísticos que intentaron recuperar cierto casticismo estético; Gabinete Caligari y su mensaje filo taurino y machadiano, el kitsch autóctono de Paco Clavel  o José Pérez Ocaña, la manifiesta reivindicación rumbera que hizo Paloma Chamorro en su magnífico y ultra cool programa de TVE 2 “La Edad de Oro” (1983-85), con un monográfico sobre Los Chunguitos y presentando por primera vez a Azúcar Moreno; el delirio cutre-surrealista de un primer Almodóvar (& Mc Namara) o la estética fotográfica arrabalera y popular de un Alberto García Alix, conectan más que suficientemente con la esencia ibérica. De hecho, podríamos considerar a la “Movida” o como ustedes quieran llamarlo, de los 80, como un momento de transformación de los parámetros estéticos ibéricos, una revitalización de éstos en base a unos lenguajes y medios más contemporáneos, con un ojo puesto en Arniches y Goya, sí, pero otro en Divine, Mappelthorpe o la cultura trash: la idea de dualismo cultural (ibérico/extranjero, baja cultura/alta cultura).

Los 90 y el inicio del S.XXI marcan el cambio definitivo con respecto a las pautas estéticas. Supone la definitiva intoxicación de algunos “elementos identificativos”, con una tendencia que marcará en todos los lugares un desvanecimiento de ”lo local” en beneficio de “lo global”, siendo más un consenso corporativista de carácter socio/económico que un flujo natural/cultural, para que nos vamos a engañar, con el "marquismo" por bandera.

Imágenes: post, barrio de El Born en Barcelona. Interior: concierto de Discharge en Mogambo (Trintxerpe, Donostia), 2008.

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