05 Nov
05Nov

20 AÑOS DE TERRORISMO CULTURAL (Iª parte): FRIKIS.

Del inglés freak, monstruo, como se les llamaba a los hippies de Woodstock. Siempre ha habido “tontos del pueblo”, personajes que asumían su condición, no creaban problemas y se les quería en su municipio. Algunos hasta se lo hacían, para obtener así un estatus popular. Hasta aquí, todo bien.


El problema empieza, cómo no, cuando la garra de las televisiones privadas echa la mano encima, allá por la última década del siglo anterior, a una serie de personajes límite anónimos, pasando del anonimato a una incomprensible fama por nada. El “juguete roto” está servido. Es la inclinación ibérica a lo grotesco, en su vertiente más despiadada; elementos socialmente distorsionados o inadaptados, puede que entroncados previamente con la farándula, que han encontrado en la televisión un modo de ganarse la vida, apadrinados por profesionales a la caza de audiencia que han producido una reacción contradictoria: rechazo a sus métodos o fórmulas televisivas y seguimiento popular importante. Los ahora honorables Javier Sardá/Javier Cárdenas y el sub- mundo de ”Crónicas marcianas” (1997/2005 Tele 5) como principales valedores. Hagamos historia.

Las primeras cadenas que se sumaron a las míticas 1ª cadena y UHF estatales, no lo olvidemos,  fueron las cadenas autonómicas; si la aportación de éstas no fue especialmente memorable, tienen sentido desde el punto de vista de la “descentralización informativa” y la potenciación de las lenguas y las culturas autóctonas, convirtiéndose en breve en un “agujero negro” en las arcas de las administraciones.

Las llamadas televisiones privadas y las de pago, aterrizadas en nuestras pantallas a nivel masivo y exponencial desde los años 90, han marcado unas pautas estéticas y de comportamiento dignas de pasar a la historia como una de las aportaciones más nefastas al acervo audiovisual contemporáneo, tan presente e influyente en nuestras vidas.

Todo se remonta a la década de los 90, cuando la competencia televisiva empieza a ser ya importante y es necesario destacar de los demás. A priori, en cualquier ámbito de la vida, tener competencia se traduce en un efecto positivo de mejora de calidad de un producto, o por lo menos, de intento de mejora. En la televisión el efecto es/fue el contrario. Cuando el éxito se rige sólo por interés cuantitativo (las cifras como prioridad devastadora) los valores pasan a un segundo plano o a su desaparición como referencia básica de trabajo. Esto es lo que ocurrió en la televisión en una franja de horario entendida como prime time, primordial, fundamental para el éxito comercial de cualquier cadena: la noche, entre las 22 y la 01h del día siguiente... terreno fronterizo entre jornadas, donde la clase media, las clases populares, los trabajadores, la “gente de a pie” se toma un “aperitivo de descanso” antes de adentrarse o caer rendido a los pies de Morfeo. Las defensas bajas, el cansancio aflora, el cerebro pide un break... y allí estaban las televisiones privadas dispuestas a hacernos pasar un buen rato... sin importar cómo. Lo importante era “desconectar” (concepto salvavidas de estos programas para justificarlos).

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