04 Nov
04Nov

En un primer momento, el friki es un personaje ficticio, creado por un actor o actriz, el equivalente contemporáneo al “bufón de corte”, que se dedica a imitar, a apoyar desde el absurdo al presentador principal, es el contrapunto humorístico, el que levanta el cotarro si la cosa no marcha demasiado bien. Pero toda fórmula tiene un fin y la “gente” quiere más. Al fin y al cabo, son actores, profesionales que se ganan la vida de máscara en máscara: el truco viene de lejos.

Entonces, a alguien se le ocurrió ir más allá, patearse los rincones más siniestros del país y sacar a la luz “personajes” con tara, pero esta vez reales, de verdad, sufridos encajadores de improperios, miradas descaradas, risas de escolares en grupo... la veda estaba abierta. Uno tras otro por necesidades de guión, la cosa fue degenerando, se provocaba el espectáculo del bajo instinto ejercitado por reporteros sin escrúpulos que no dudaban en poner al límite de la dignidad a estos sub-personajes, como locos por sus quince minutos de fama como es normal. Gente extrema de la calle, showmans/show womans acabados, perturbados, pobres jubilados raros, border lines... cualquier cosa que supusiese nueva audiencia o mantenerla, valía. Luego, algunos se profesionalizaron, otros pulieron sus tics para montarse su historia (ya eran conocidos); llegó un momento en que no se sabía quién era patológico y quién actor, se entremezclaron en el espectáculo dantesco, se crearon bandos para provocar peleas, rencillas... ¡y todo retransmitido en primicia para ustedes! Hasta ahora. Algunos incluso han prosperado.

Toda cadena televisiva que se precie deberá tener su cohorte de gárgolas humanas, monstruos creados para la diversión más abyecta que se cuelan cuando estamos a punto de tirar la “toalla del día”, K.O.’s en el sillón de casa. La tendencia se ha oficializado: todas las cadenas de televisión tienen la oferta cubierta desplegada ya en horarios no solo circunscritos a la nocturnidad. Está demostrado el grave desperfecto cultural que engendra dicha televisión, que debería de haber sido cortada en su momento desde las más altas instancias y que se libró de la quema por la ineficacia (y el miedo a caer en términos de censura y en pérdida de votos) de los gobernantes, y por una masa bastante amplia que quedó prendada por aquellos personajes que le conectaban con el más telúrico de los principios estéticos ibéricos: lo grotesco.

- El friki no es más que una marioneta al servicio de unos intereses superiores y al egocentrismo de los presentadores de éxito, los realmente culpables del fenómeno. Ellos son los que conformarían el grueso principal de lo que desde aquí denominamos “terrorismo cultural”.

- El frikismo ha introducido en el hogar unos niveles de propensión al insulto, a la chabacanería, al grito, al tirón del moño...insospechados. La incultura, los malos modos, el enredo, como fuente de inspiración vital.

- Abrió las puertas a toda una generación de jóvenes holgazanes que se acomodaron perfectamente a las posteriores plagas de concursos reality shows de todo tipo que se crearon a raíz de la búsqueda del santo grial del número uno de parrilla (el paradigma: ”Gran hermano” desde el 2000, Tele 5) en esta renovación constante que el medio exige y que en este caso, nos va llevando a cotas de perversión insospechadas ("First dates" en Cuatro TV, por ejemplo, repaso a la estupidez humana ibérica). Estos jóvenes que inmediatamente pasan a pertenecer al colectivo de terroristas culturales (colaboradores) se convierten, una vez pasada la “prueba de fuego” del concurso de turno y demostrada su capacidad para generar podredumbre, de la noche a la mañana en “profesionales” de la televisión. Y por extensión, también se convierten en referencia a seguir, en “guías de cómo ganarse la vida sin haber dado golpe” para las mentalidades más débiles. Podríamos decir que este frikismo de segunda generación, más normalizado en el aspecto de sus protagonistas (sin parafernalia de apoyo: travestismo, excentricidad, extravagancia en la vestimenta, patologías mentales o actitudinales... es decir, mimetizados en el contexto social) supuso el impulso definitivo para tomarse en serio esto de la “televisión basura” como grave problema socio-cultural.

La relación de estos personajes con el público popular atraído por sus peripecias es: primero, le gustan porque ve a alguien más idiota que él. Segundo, a medida que va pasando el tiempo, le hace gracia, le coge cariño. Tercero: se identifica, adquiere expresiones, palabras, giros y términos. Y cuarto: cuando se quiere dar cuenta, ya es demasiado tarde.

¿La situación actual? Catastrófica; perdida la guerra, se renueva sin problemas y gran aceptación de público la fórmula del despropósito. El número de programación terrorista es inmenso y en todos los canales de TV. No la vean, por favor.

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