01 Sep
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El pueblo cree “entender” “Las hilanderas” de Velázquez, pero no la “Brigitte Bardot” (1959) de Antonio Saura, porque reconoce lo que aparece, cuando en realidad, como ustedes pueden comprender, la pieza de Velázquez es bastante más complicada, alegórica e inaccesible que la de Saura.

Se sigue confundiendo en la apreciación del arte, ver por entender. La realidad es que identifica las cosas y personajes que aparecen en “Las Hilanderas” y con eso se conforma; es suficiente.

El pueblo sigue valorando por genética, la artesanía, la habilidad, el sacrificio laboral, la representación realista, por encima de entelequias o cuestiones filosóficas. No le entra en la cabeza  cómo puede ser tratado en igual importancia histórica para el correspondiente arte posterior, un paso de Salzillo y el laboratorio de tizas de Jorge Oteiza.

En una actividad contemplativa de ocio, el pueblo no espera trabajar demasiado, bastante lo hace en su día a día y el arte contemporáneo encajado en su vida como posibilidad lúdica le exige demasiado esfuerzo y poco espectáculo... por eso, aceptará riqueza para sus jóvenes héroes futbolísticos o automovilísticos y se sorprenderá ante la prosperidad económica o la casa de Miquel Barceló  en Malí.

Sin embargo, los intentos institucionales y museísticos públicos por acercar y ofrecer productos artísticos masivos y atractivos, no han dejado de aparecer desde la irrupción del MoMA (Museum of Modern Art, 1929, New York, primer espacio museístico con, por ejemplo, un interés por acercar las disciplinas del diseño y la arquitectura al entorno del arte) hasta nuestro más cercano Guggenheim bilbaíno, con unas programaciones más abiertas y generalistas y unos contenedores arquitectónicos singulares, demostración de que el mundo del arte, la arquitectura y el diseño, también pueden ser seductores. Como muestra, las exitosas exposiciones “El arte de la motocicleta” (1999-2000) desarrollada en el mencionado museo vasco/norteamericano o las antológicas del maestro Antonio López en el MNCARS de Madrid o el Bellas Artes de Bilbao (2011-12).

Antonio López es el ejemplo más evidente de artista actual (que trabaja ahora) respetado por el pueblo: por su evidente dominio técnico, que le sitúa ante la gente como preservador del “arte como oficio” y por su modus vivendi, austero y al margen de la parafernalia mediática y show business que generalmente, rodea al artista de éxito (él, lo es) y que tan bien lo refleja Víctor Erice en su ”El sol del membrillo” (1992), que es algo así como la contra-espectacularización de un proceso de trabajo (es cine, no televisión; lo contrario a lo que hace el último medio con respecto a otros procesos laborales, vinculados a la gastronomía o la decoración).

Imágenes: cabecera, dentro de una obra de Giovanni Anceschi. Contenido: ante una pieza de Joseph Kosuth, ambas en el museo del Novecento en Milán.


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