04 Jul
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Los programas televisivos de bricolaje son única y exclusivamente publi-reportajes de empresas o marcas dedicadas a la máquina herramienta o la jardinería. Son anuncios largos, de 20 ó 30 minutos, en los que los profesionales del ramo, convertidos en este caso en prácticos enseñantes, utilizan unos utensilios que se convierten en los verdaderos protagonistas.

Son programas inverosímiles puesto que parten de un arsenal de productos y unos espacios/talleres inaccesibles para la mayoría de los telespectadores; resumen en pocos minutos, un trabajo que en la pericia común o la habilidad corriente llevaría días, sino semanas, fabricar y además, los proyectos caen la mayoría de las veces en propuestas absurdas, triviales, que se encuentran a disposición comercial perfectamente diseñados y con precios baratos.

El intento de fomentar la auto-construcción, la autosuficiencia creativa, se convierte en el peor de los casos en la creación del “terrorista doméstico” = vecino empeñado (siempre hombre) en fastidiarte tu tranquilo fin de semana casero a base de golpes y martillazos desde las 8 de la mañana del sábado (suplanta el trabajo en el mismo horario diario por ésta actividad, que la considera lúdica y ociosa).

Podríamos estar hablando de una espectacularización de los procesos de trabajo de los oficios; el interés no es tanto que el espectador aprenda o adquiera facultades o rigor para “hacer las cosas”, más bien es un tratamiento mediático para ofrecer un producto televisivo de entretenimiento; ocurre lo mismo con los programas de cocina, la posibilidad de que las propuestas trabajadas en estos sets se traduzcan en un hecho real en las casas de los telespectadores (un plato servido, una lámpara que alumbre, un jardín por donde pasear) es remota.

En definitiva, un error conceptual al servicio una vez más, de intereses comerciales.

Fotografías: almacén del Amaia Kultur Zentroa de Irun.

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